Kristina Soares
Hace unos días se publicaba Los niños invisibles (o por qué el acogimiento familiar no funciona en España), artículo de Sandra Carbajo en El Confidencial y algo se me movía por dentro.
En el artículo se dice que “En España hay cerca de 17.000 menores de edad en centros residenciales, más de un millar de ellos, de entre 0 y 6 años. Nuestro sistema de protección a la infancia está a la cola de Europa. La falta de recursos y visibilización dificultan que estos niños y niñas se críen en un entorno familiar, saltando de centro en centro hasta cumplir los 18 años”, una cruda realidad que nos sitúa ante una vulneración de derechos básica, el derecho de los niños, niñas y adolescentes a crecer en una familia, tal y como lo recoge la ley 26/2015 de protección a la infancia y adolescencia y la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas de 1990.
Sabiendo que ante las altas tasas de institucionalización que describe el artículo las políticas públicas tienen una ineludible responsabilidad en materia de protección a la infancia y adolescencia en situación de vulnerabilidad, con estas líneas queremos centrarnos en lo que podemos hacer cada persona como parte de la sociedad.
Y es que las terribles consecuencias de pasar toda una infancia en un centro de menores no recaen finalmente en quienes hacen las políticas públicas, ni en los profesionales que les atienden en los centros residenciales, ni en cada uno/a de nosotros/as que desde nuestro sofá leemos el artículo. Estas consecuencias recaen en niños, niñas y adolescentes que sin haber podido decidir dónde y cuándo nacer les ha tocado vivir terribles experiencias de separación, abandono o falta de cuidados y estímulos tan necesarios.
¿Y ahora que? Como bien describe una familia que presta su testimonio en el artículo: “Cualquier tipo de familia puede acoger. Está preparado para que tengas un abanico muy amplio de posibilidades”, y es que existen muchas modalidades de apoyo y acompañamiento, y ciertamente no todas suficientemente conocidas, como por ejemplo el Proyecto Izeba en Gipuzkoa. Cambiemos ese desconocimiento para que pueda haber más familias que cambien el futuro de estos chicos y chicas. Sea dando un paso al frente o simplemente empezando por un pequeño gesto: difundir, compartir, reflexionar. Para que todos los niños, niñas y adolescentes “puedan crecer en un entorno familiar seguro y se preocupen únicamente de ser niños”.