Ayer tuve ocasión de conversar con una amiga que me narró una reciente experiencia en Normandía, Francia. En una de sus visitas por la zona tuvo la posibilidad de conocer el cementerio de La Cambe. La singularidad de este cementerio radica en que los cuerpos en él enterrados son los de 21.000 soldados alemanes de la II Guerra Mundial.
Cuenta mi amiga que como ocurre con otros cementerios en la zona o en otros lugares similares, uno queda consternado al ver las miles de cruces y tumbas de personas, la mayoría jóvenes que en aquellos tiempos perdieron su vida. Es dificil no pensar que bajo cada tumba se encuentra la vida de una persona, de alguien con unos familiares que puede que ni siquieran supieron de este cementerio pues muchos cuerpos no pudieron ser identificados; la vida de una persona con sus sueños, miedos, amigos…y todo ello multiplicado por miles.
Mi amiga tuvo la suerte de conversar con un señor mayor del lugar. Y no pudo reprimirse la pregunta: ¿por qué un cementerio para soldados nazis?. Su respuesta fue categórica: y ¿por qué no?. Le comentó el señor en cuestión que Francia era la tierra de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad y que por lo tanto, toda persona por el hecho de serlo era en sí misma digna. Así pues, aquellos soldados nazis también eran personas y como tales merecían su entierro digno.
Mi amiga quedó emocionada con la respuesta. Reflexionar teóricamente sobre la dignidad de la persona es sencillo. En cambio, apostar por ella cuando de lo que se trata es de la “dignidad” de tu enemigo, de la persona que quizás mató a tus familiares, amigos… es mucho más complicado.
Y sin embargo en ello radica la simplicidad y complejidad de la defensa de dignidad humana. En su defensa incluso para aquellos que no la defienden, ni creen en ella.
Iker Uson