Maider Maraña
Hoy se cumplen 10 años del (largamente esperado) comunicado por parte de ETA donde ponía fin al uso de la violencia. Este momento histórico abría así un nuevo periodo en nuestra vida. Una década más tarde nadie duda de que nos encontramos en una realidad muy diferente a la que vivíamos en 2011.
Estos 3540 días transcurridos han ido cambiando nuestra forma de movernos por las calles, de hablar al encontrarnos, de compartir espacios. Día tras día, que es como se construye la convivencia, hemos ido comprendiendo mejor que lo que vivíamos entonces era una realidad que deberíamos haber asumido como irreal mucho antes.
Décadas de violencia y violaciones de derechos humanos nos dejaron consecuencias de gran complejidad que enfrentar, como los derechos y necesidades de las personas víctimas, la gestión de la memoria del pasado, la convivencia social en nuestros municipios, la educación en principios democráticos que legar a las y los más jóvenes o la necesidad de una política penitenciaria acorde a la realidad actual.
En estos 10 años se han sentado bases necesarias que han garantizado nuevas fórmulas para defender que la vulneración de derechos no puede ser la base de nuestra existencia. El reconocimiento, tanto a nivel legal y político, como social, de las víctimas de la violencia, en todas sus dimensiones, la proliferación de actividades educativas y sociales para visibilizar las consecuencias de esa violencia, la creación de mesas de diálogo municipales, y un largo etcétera de instancias muestran el camino (tan necesario) que hemos recorrido, que seguimos recorriendo.
Porque si bien debemos valorar todo lo avanzado, necesitamos también recordar que nos queda camino por transitar. La próxima década debe reafirmarnos en algunas vías abiertas y seguir impulsando reparaciones y reconocimientos necesarios.
Va a ser determinante que sigamos visibilizando voces, promover la escucha a todas aquellas personas que, a menudo de manera anónima, impulsaron iniciativas en toda Euskal Herria para favorecer formas no violentas de relacionamiento. Esas voces, de mujeres y hombres, no han encontrado siempre el debido eco. E incluso, por qué no, plantearnos realizar investigaciones y estudios del proceso vivido en nuestro entorno hacia la paz, aprender del mismo y garantizar su transmisión presente y futura, tanto a escala local como internacional.
La transmisión va a seguir siendo uno de los temas que nos requerirá atención. Una transmisión que viene de la mano de la aun pendiente cuestión de las narrativas y la memoria. Como sabemos, seguimos aun atascadas en lógicas confrontativas en materia de la elaboración de nuestras narrativas, aunque va tomando fuerza la determinación de todas nuestras voces en recordar que, sí o sí, debemos trabajar en materia de memoria.
La transmisión por tanto de esa memoria será determinante, tanto para futuras generaciones, como para quienes hoy somos adultos. Si bien muchas voces plantean que la sociedad está cansada de hablar de paz o conflicto, de vulneraciones de derechos, en los últimos meses vemos cómo las salas de cine de nuestros pueblos y ciudades se llenan tarde tras tarde con personas ávidas de replantear sus emociones a través del arte, con películas como Non dago Mikel? o Maixabel, que han copado nuestras listas de las más vistas y nos permiten reelaborar nuestras lecturas de un pasado muy presente.
Esas expresiones artísticas -y otras muchas en la literatura y otras formas culturales- suelen partir en su narrativa desde la realidad de las víctimas. Las personas víctimas de vulneraciones de derechos han sido el foco también de gran parte del trabajo institucional y social de estos últimos años, pero aún seguimos teniendo que aprender mucho en este marco, replantearnos cómo entendemos la participación de quienes fueron víctimas y generar espacios que legitimen a todas las víctimas desde un enfoque en derechos, fuera de ideologías y reconociendo los diferentes sufrimientos vividos.
Estos 10 años han sentado unas bases, y ahora nos toca seguir construyendo: aun vemos en el día a día de nuestra labor que necesitamos edificar bases de relacionamiento democrático. Aun debemos garantizar que nuestras formas de gestionar las discrepancias y conflictos lógicos en todo grupo social se basan en el diálogo y en la aceptación de una convivencia real y práctica. Construyamos otra década de encuentros y trabajo por la paz.