Baketik ha organizado en colaboración con dicho museo, en el año en que se cumplen 70 años de la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El inicio de este ciclo ha coincidido en el tiempo con la incertidumbre sobre lo que les depararía el futuro a los 629 seres humanos rescatados por el buque Aquarius en aguas italianas. Y una semana más tarde hemos presenciado con perplejidad la extraña llegada de 46 personas inmigrantes irregulares a la estación de autobuses de la capital guipuzcoana: no sabían dónde estaban, no sabían dónde ir, solo sabían que un autobús los había traído desde Almería y que esperaban que alguien (que ni ellos sabían quién era) los fuera a buscar. Ese alguien nunca apareció.
En este contexto, donde escenas como las mencionadas hace demasiado que dejaron de ser anecdóticas, Javier de Lucas, presentado por el miembro de SOS Racismo Mikel Mazkiaran, nos habló de lo que se ha venido entendiendo por «diversidad», por «diferencia» y por «desigualdad». Explicaba que se han utilizado las diferencias como medio para justificar la desigualdad: «Pero de la diferencia no se infiere un tratamiento desigual ni discriminatorio ― argüía―; la igualdad no necesita justificación, es una propuesta normativa. La base de los Derechos Humanos es que todos somos iguales». Remarcaba la distinción que se hace entre ciudadanos y extranjeros, con la merma de derechos que ello conlleva para con los segundos. Explicaba que, la ciudadanía, en su concepción moderna, aparece en el siglo XVIII, como instrumento de emancipación, se convierte en una condición de privilegio, de estatus, de obtención de derechos… Pero, él defiende otra noción de ciudadanía: «Siempre he defendido que la noción de ciudadanía debe ser armonizable con la diversidad, una ciudadanía de inserción y plural, con voluntad de apertura, que no requiere homogeneidad. La condición de ciudadano no puede unirse a una cultura, ni al lugar de nacimiento, sino que tiene que ver con ser, dentro de un plazo razonable, residente estable en un país; entendiendo por estable el hecho de residir respetuosamente con la ley, y con la búsqueda de la competencia lingüística necesaria, con el fin de poder convivir con la comunidad».
Todavía retumban en nuestros oídos las palabras del profesor de Lucas recordándonos cuál es, para él, el problema básico de los inmigrantes: «Emigrar de sus propios países no responde a un acto de libre elección; es, por lo común, una elección forzada, desesperada a veces; aunque, también puede responder a una elección libre con la expectativa de mejorar las condiciones de vida; ¿acaso no son emigrantes, por esta misma razón, nuestros hijos e hijas? Hablamos del derecho a emigrar, pero, no debemos olvidar que el derecho a emigrar, siempre lleva consigo el derecho a no emigrar».
Se refería a la crisis del Aquarius como más que una mera crisis humanitaria: «En ese buque hay 120 menores, cuyos derechos se vulneran. Y, evidentemente, se están violando numerosos derechos de todos ellos. En el fondo, todo esto nos enseña que nuestras políticas de migración y asilo son, como los ha descrito Achille Mbembe, concepciones necropolíticas, donde el poder decide quién merece vivir y quién no, donde la vida ya no es un valor a respetar».
Ni la vida es un valor a respetar, ni la diversidad, al parecer, es un valor positivo: «Si nos dicen continuamente que los inmigrantes son una amenaza y un peligro para nuestro bienestar, al final, acabamos por creérnoslo; y dejamos de ver la diversidad como una realidad constitutiva o una oportunidad, para verla como un riesgo». Evocaba la escena de la genial obra «Rebelión en la granja» de George Orwell, donde leíamos como la divisa de todos los animales son iguales, que presidía la granja, cambiaba sustancialmente cuando los cerdos llegaban al poder, y pasaba a ser todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros. Así lo completaba: «En esa comparación vemos que mi diferencia es la mejor, y eso me lleva a estar por encima y a negarte derechos, porque soy el que está en el poder. Por lo tanto, para recibir un trato igual, tú tienes que dejar de ser como eres y acercarte a lo que yo soy». Hablaba en estos términos sobre la superioridad cultural ―criticando a su vez, en este aspecto, la propia Declaración del 48, en el sentido de que esta recoge un único modelo, el del capitalismo occidental, el de la democracia y liberalismo político occidental―: «Al parecer, si no te ajustas a la opción predominante, no tienes los mismos derechos. Los derechos tienen sexo, tienen raza; los DDHH que se recogen en la declaración van de la mano de una civilización concreta», criticaba.
El profesor de Lucas nos dejó, entre otras muchas cosas, y a pesar de todos los pesares, una llamada al optimismo: «En los tiempos que corren, el optimismo es un imperativo moral. Un optimismo no iluso de querer mejorar las cosas». Un optimismo no iluso que nos lleva a la acción, a la reivindicación y al movimiento por que todos los derechos de todos los seres humanos sean, de una vez, respetados.