Maider Maraña
Hace un par de meses tuvimos la oportunidad de participar en un encuentro en Bogotá (Colombia), que ponía el foco en la construcción de una Agenda Urbana para la Paz y la No Violencia1, donde se dieron cita gobiernos, organismos internacionales, entidades de la sociedad civil y universidades.
Aquel seminario no era una ocasión aislada: cada vez más, a escala internacional, oímos hablar de la paz urbana, como un binomio que parece haber venido para quedarse. Frente a lecturas que han apostado por priorizar una mirada más regional o nacional, por asumir un papel protagónico para agentes nacionales, cada vez se comprende más la lógica territorial en la construcción de paz, y la importancia de profundizar en cómo los gobiernos locales construyen paz se convierte en un camino a recorrer.
Como planteaba Phare, entidad organizadora de ese seminario, “muchas ciudades enfrentan altos niveles de violencia, desigualdad, discriminación y falta de oportunidades. Pero las ciudades son también los espacios en los que se gestan y materializan políticas fundamentales para promover la paz, la democracia, la educación en convivencia, y la reconciliación”. En Euskal Herria esta lógica de trabajar desde lo más cercano a la ciudadanía, desde lo municipal, es una apuesta que vemos en diferentes espacios, como por ejemplo en los pueblos de Gipuzkoa donde hace más de una década se vienen configurando espacios de diálogo, reconocimiento de la violencia y trabajo sobre sus consecuencias.
Entre otros temas, en Bogotá se abordó también la cuestión de cómo esta paz urbana se vincula con la lógica de las políticas de cuidados y es que, tal y como vemos quienes facilitamos espacios a nivel ciudadano y político en estos municipios, nuestro trabajo es también claramente una cuestión de cuidados sociales, de construcción, reconstrucción de un tejido social.
En nuestra mesa se abordó el papel que la educación para la convivencia puede tener para contribuir a la paz urbana y qué roles específicos pueden desempeñar las políticas de cuidados en este proceso.
Frente a eso, desde Baketik entendemos que vivimos en sociedades con una clara tendencia a la polarización y el conflicto, con sesgos y formas confrontativas, que nos introducen fácilmente en lógicas de enfrentamiento ante diferentes cuestiones de la vida. En ese sentido, necesitamos ver que el papel de la educación para la convivencia no es tanto mirar a las violencias pasadas, o no solo, sino que necesitamos visibilizar cómo surge la violencia, cómo hay contextos que se repiten a lo largo de generaciones, pero que no siempre somos capaces de identificar. Necesitamos visibilizar que la violencia también tiene que ver con tejidos sociales, sentidos de pertenencia, identidades, edades, roles de género, etc., y abordar por qué nos sumergimos rápidamente en tendencias confrontativas. Por tanto, la educación para la paz necesita poner más el foco en las fórmulas de la violencia, en actitudes y circunstancias, que en los “motivos” de la violencia que típicamente se tienden a visibilizar.
Y también es importante comprender que la construcción de paz es efectivamente una cuestión de políticas de cuidados. Numerosos ejemplos visibilizan que las escaladas de violencia están a menudo interconectadas con falta de desarrollo humano, con pobreza o con situaciones de desigualdad. Frente a eso, ofrecer alternativas de bienestar garantiza también posibilidades de tener apuestas reales alejadas de la violencia. Esto es, que apostar por políticas que construyen paz y luchan contra la violencia debe ir en paralelo con aumentar el bienestar de las comunidades.
Ante la pregunta de buenas prácticas o propuestas para integrar políticas de cuidados y educación en las estrategias de mediación y construcción de paz en entornos urbanos, nosotras entendemos que lo local es claramente el espacio de los cuidados. Los planes nacionales son determinantes en un marco concreto, pero no llegan a poder aterrizar los cuidados. Lo local, los gobiernos locales, son las instituciones más cercanas a la gente, a la sociedad. El reconocimiento de la violencia debe darse allí donde se dio, donde se vivió, en las calles donde se sufrió. La cercanía de un reconocimiento en voz de un alcalde en su propio municipio puede abrir horizontes que un plan nacional nunca podría.
Pero no basta con la voz de una sola persona, con un alcalde o alcaldesa. Nuestra experiencia municipal nos ha mostrado por unos años que caminando solos se podría ir más rápido en algunos momentos, pero que estando juntos es como hemos llegado más lejos. En la experiencia de los gobiernos municipales de Gipuzkoa ha sido clave la metodología que apostaba por contar con las voces y compromisos de todos los partidos políticos, garantizando un proceso difícil, pero más sólido, un proceso de construcción de paz más asentado e integrador.
Como construcción, requiere un proceso, con sus idas y venidas, con la apuesta por espacios seguros de encuentro, donde nos sentimos cuidadas, que no se dan de un día para otro y que han requerido también la labor de personas que trabajan desde la facilitación de estos grupos.
Pero, sobre todo, por encima de metodologías que nos vienen funcionando en varios municipios, debemos siempre recordar que no hay un solo modelo de paz, que la creatividad es clave. Cada municipio, un mundo.
La innovación social que es indisoluble de la lógica de cuidados (o debería serlo) necesita comprender que la construcción de paz es algo cercano, local, de nuestras calles. Que la paz no solo se configura en grandes reuniones a escala internacional o nacional, sino que las fórmulas y actitudes también se generan en nuestras plazas y espacios de encuentro. La paz urbana, la fuerza de lo local, es otro campo más de construcción de paz donde también necesitamos poner todos nuestros esfuerzos.
- El seminario estaba organizado por Phare-Territorios Globales, la Agencia de Cooperación Internacional de Colombia (ACP) y E-Lankidetza: https://phare-global.org/2024/07/07/seminario-internacional-agenda-urbana-paz/ ↩︎