Hace pocas unas semanas se cerró una nueva edición de la COP, la Conferencia de las Partes que -un año más- estaba llamada a marcar el ritmo de la lucha internacional en materia de cambio climático. Sin embargo, esta COP 27 ha sido una nueva edición donde no se han alcanzado acuerdos significativos que nos permitan realmente ser optimistas.
Nos vemos avocados a seguir trabajando por evidenciar que más allá de un cambio climático, estamos ante una crisis climática, que precisa que actuemos desde diferentes niveles, y que los compromisos institucionales, políticos, empresariales y demás sean mucho más ambiciosos.
¿Y en materia de paz? A menudo, desde las organizaciones que trabajamos en la promoción de una cultura de paz, vemos como lejos las reivindicaciones ambientales que puedan venir del ámbito climático. Pero, ¿nos hemos parado a pensar el impacto que esta crisis climática puede tener también desde el punto de vista de los conflictos?
Tal y como nos recordaba Harriet Mackaill-Hill, “aunque no existe un vínculo directo entre el clima y el conflicto, las presiones ambientales que provoca son claramente un multiplicador de amenazas que pueden exacerbar las tensiones existentes, ya sea por el acceso a la tierra, el agua, los alimentos o los medios de subsistencia” Y a pesar de todo ello, si hacemos un rápido repaso a la agenda de estos días en la pasada COP27 veremos que la cuestión de los conflictos no forma parte de sus prioridades. De este modo, no tenemos siquiera datos evidentes de cómo las cuestiones climáticas generan conflictos (como por ejemplo la crisis de refugiados climáticos, sobre la que no contamos con números reales que orienten una respuesta coordinada), ni cómo una acción preventiva en materia climática puede impactar también en conseguir una paz sostenible.
En este sentido, se habla mucho sobre los cambios que el clima está generando en nuestro territorio más cercano y en lugares más allá de los mares. Casi todas las personas pueden nombrar varias de las consecuencias, como el aumento de la temperatura, la contaminación de las aguas, la pérdida de especies animales y vegetales, la desertificación o el aumento del nivel del mar. Pero seguimos, en general, contando con miradas que se centran en esos impactos en sí y que, incluso, se argumentan desde la “mirada de la inevitablidad” que, lejos de buscar responsabilidades e identificar caminos, genera sensaciones de caos e invisibiliza fórmulas para detener la situación actual de crisis climática y apostar por otras vías.
Cada vez desde más voces exigimos que la crisis climática se analice desde la perspectiva de los derechos humanos: necesitamos entender el impacto de esta crisis mundial en la vida de las comunidades y, a su vez, precisamos identificar si las medidas proyectadas e implementadas por las autoridades y gobiernos cumplen con esos estándares acordados en torno a los derechos humanos o si, por el contrario, están agravando las brechas sociales ya existentes. Esto es, necesitamos abordar las respuestas climáticas también desde un enfoque de paz sostenible.
Esta crisis es global, en la medida en que afecta a todas las regiones del mundo, a toda persona que habita este planeta. Sin embargo, es también una crisis específica, que no nos impacta a todas por igual y que está aumentando las brechas y las capacidades resilientes de muchas personas y comunidades. La crisis climática nos condiciona a todos y todas, pero esta misma crisis no poda por igual las opciones futuras de cada persona.
Necesitamos por tanto cambiar la perspectiva, acentuar la necesidad de mirar las consecuencias de la crisis climática desde un enfoque en derechos, negándonos a asumirlas como secuelas inevitables a las que hacer frente. Esta crisis climática supone una amenaza inmediata y transcendental, que va a dificultar -o incluso impedir- materializar los derechos humanos de muchas y muchos de nosotros. Por ello, necesitamos generar responsabilidades en materia de crisis climática y no agravar las desigualdades y discriminaciones existentes. En definitiva, necesitamos mirar esta crisis con las lentes de la justicia ambiental.
Maider Maraña – Baketik
Colabora: Eusko Jaurlaritza – Lehendakaritza