Acabo de volver en un paraje idílico en el que hemos estado bost amigos unos cuantos días. Sin duda alguna ha sido una escapada reparadora… un escenario que invitaba al sosiego, a la quietud, a la calma. Todo estaba bien…
Sin embargo, en varias ocasiones nos hemos visto (me temo, sin ser conscientes de ello) hablando de la necesidad que hay de desconectar de la hiperactividad, de evadirse de la rutina estresante, de rehuir de nuestra marcha cotidiana. De alguna manera estábamos justificando la escapada sin ser conscientes de que para hacer más contundente esa justificación, le dotábamos de un tono más desesperado nuestro a día a día, que tranquilizaba sin duda nuestra conciencia estando tirados en una hamaca en la playa.
Con ello, por una parte, cargábamos nuestra vida real (la cotidiana) de un tono nocivo/más dramático lo que nos permitía asociar la escapada a una necesidad casi vital cuando en realidad presiento, atendía a un deseo. Y es que no tiene nada de malo, creo yo, hacer una escapada con amigos de toda la vida. Pero la rutina diaria, la familiar, la laboral… exige justificar cualquier cosa que nos desvíe un ápice.
Esta dinámica, perversa en cierto modo, nos lleva a no apreciar lo que tenemos, más bien a desestimarlo para respaldar nuestra escapada. Así que con ánimo de tranquilizar nuestra conciencia nos montamos una película que se nos vuelve en contra, una película que alivia momentáneamente el corto plazo pero que carga de un colorido insano nuestra vida, la rutina (¿de la que huimos?).
Y con todo esto, diría que ni una ni la otra. No se trata tanto de si es una necesidad o un deseo, o ambas a la vez,….la clave se centra en revisar cómo vestimos la realidad, para hacer lo que hacemos.
Ion Irurzun