La justicia en femenino plural

“Voy a hablar mucho sobre violencia sexual. Sé que incomoda, que mueve” dijo Amandine Fulchiron al inicio de su charla mientras al público se nos contraía el cuerpo anticipándonos a una exposición de testimonios duros y difíciles de digerir. Sin embargo, según transcurría la charla, lejos del impacto, nos fuimos ablandando y sintiendo el mensaje de empoderamiento que nos trajo.

Fulchiron es activista feminista, politóloga, formadora e investigadora social y cofundadora de la colectiva feminista Actoras de cambio en Guatemala. Dentro del ciclo sobre derechos humanos que coorganizan Baketik y Museo San Telmo, nos ofreció una charla titulada “Re-inventar la Justicia desde el cuerpo, la vida y la comunidad de mujeres” con la moderación de Gloria Guzmán, del Instituto Hegoa que colaboró en la organización de esta charla.

Fulchiron ha trabajado con comunidades de mujeres sobrevivientes de violencia sexual en Centroamérica y Latinoamérica, donde en el cuerpo de las mujeres interseccionan tanto el machismo como el colonialismo. En los casos de violaciones a mujeres, hay un problema que lo agrava todo: las vías judiciales no funcionan. Calcula que el 99% de los casos quedan impunes. “Existe una interpretación patriarcal de la ley y ciertos pactos patriarcales según los cuales muchos hombres tienen derecho a violar” decía. No tardó en conectar esta situación con otra que hemos vivido de cerca: el caso de La Manada. En todos estos casos se culpa a las mujeres de esta violencia, alegando que optaron por “dejarse”, aunque fuese a cambio de su propia vida. De esta manera, en las comunidades donde trabaja se dan situaciones de exclusión a las mujeres sobrevivientes, donde son ellas las que tienen que huir por “haber sido mujer de otro” y para los hombres (marido, familiares) supone una humillación.

Nos habló de dos casos que acompañaron donde se puso en marcha un proceso judicial y que, para su sorpresa, ganaron. Y sin embargo, aún teniendo una sentencia, las sensaciones de las sobrevivientes no fueron del todo satisfactorias:  “sí que tuvimos justicia, pero ¿quién nos va a reparar el daño que nos han hecho?”; “en la comunidad nadie reconoce nuestro sufrimiento, que la violación fue un crimen”; “no se habla del crimen”; “la comunidad habla de limpiar la imagen de la comunidad”. Es decir, había una brecha enorme entre la justicia y la realidad social. Concluyeron que el sistema judicial: 1) no repara la injusticia, los daños morales; 2) no hay correspondencia entre la verdad jurídica y el reconocimiento social; 3) no crea condiciones de no repetición.

Ante este aparente callejón sin salida se preguntaron qué opciones tenían. La respuesta: crear sus propias leyes, “La ley de mujeres”. Comenzaron a poner en marcha procesos propios y comunitarios, dejando de lado la fe en el estado y optando por vías más sociales y políticas, donde se tome en cuenta el sentir y el cuerpo.

En estos procesos trabajaron a favor de una política de reconocimiento, amor y sanación entre las propias mujeres como medida de reparación de la injusticia con tres objetivos: 1) ser escuchadas y sentir que su vida cuenta: romper el silencio y sanar el dolor; 2) ser reconocidas, sentirse valiosas y legítimas: sanar la humillación. Poner cuerpo y corazón al principio del reconocimiento. Dejar la culpa, volver al cuerpo. “Todo pasó en el cuerpo: necesitamos volver a él.”; y 3) ser queridas y profundizar en el amor propio: sanar el odio y la exclusión.Todo ello las llevó a recuperar su propia autoridad individual y colectiva para erradicar la injusticia, que se manifestaba de distintas formas, como por ejemplo: mostrarse públicamente y tomar su lugar, sin culpa, sin vergüenza. También en “acuerparse” para poner un límite corporal colectivo a la violencia machista (poder coercitivo, protección mutua, denuncia pública de nombres). “Devolvámosles la vergüenza y el miedo a quienes lo hicieron”, decían.

Acabó su exposición, y alguien del público se dio cuenta de que no usó la palabra víctima ni una sola vez: “no la uso. Refuerza el crimen sobre nosotras. Nos despoja de la humanidad. Pudimos haber sido víctimas un momento, ese instante, pero no toda la vida.” Concluyó diciendo que cada vez más mujeres se unen a este tipo de procesos, ya que “si ves que una se empodera, cambia, se ve mejor… se contagia”.

Desde luego, el público de esta charla, formado mayoritariamente por mujeres, nos contagiamos de esperanza y salimos un poco más conscientes de nuestro poder y todas sus posibilidades.



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