…, diría que tiene que ver algo con la madurez

Hace poco conversé con un amigo que mostraba su malestar con la actitud de su hijo, adolescente ya, que al parecer le discutía y se revelaba con las soluciones que mi amigo (aita) le planteaba ante situaciones varias. No intervine demasiado, me pareció que sobre todo necesitaba ser escuchado. Me fui y estuve pensando, llegando a la siguiente conclusión.

Un/a niño/a, adolescente, joven, generalmente, crece bajo la protección de sus aitas, con el apoyo, respaldo incondicional, ante las situaciones que se le presentan, adversidades, dificultades, etc., a las que deba hacer frente. Ese/a adolescente va desarrollándose, con experiencias, vivencias que le van constituyendo y le van dotando de claves para hacer frente a la vida, tanto en sus momentos felices como en los no felices. ‘Generalmente’ (pongo entre comillas), atiende a las indicaciones, mensajes, etc., de sus aitas ciñéndose a esas referencias, tomándolas como alternativas válidas, para su respuesta ante las diferentes situaciones. Sin embargo, llega un momento, en que ese/a adolescente, tiene en sí mismo/a, el bagaje suficiente para elaborar sus respuestas desde sus claves de interpretación, generando sus propias alternativas. Señal de madurez, de desarrollo vital… Sin embargo, no siempre los aitas sabemos encajar ese proceso. No correspondemos a la madurez de los/as hijos/as con madurez paternal. Digamos que es como un vals, donde los aitas emulamos al hombre en ese baile, que guía en los pasos a la mujer, en este caso a los/as hijos/as. Sin embargo, llegado el momento, esos/as hijos/as no necesitan ser guiados; es más, se cambian los papeles, pasando a ser ellos quienes deberán guiarnos atendiendo a los ciclos de la vida.

Paradojas de la vida, la madurez de los pequeños pone en manifiesto la inmadurez de los mayores. Parece que la autonomía, la capacidad de valerse por sí mismo/a y de enfrentarse a las exigencias de la vida, pone en cuestión el rol del aitas protectores. No debe ser fácil mantener ese equilibrio de madurez. Trataré, no sé si con acierto o no, de trasladar estas conclusiones a mi amigo. Y, sobre todo, trataré de tener presente las reflexiones de este post para cuando me toque. Ahí estará mi dificultad y mi posibilidad. Mi hija tiene dos años y medio.

Ion Irurzun

 

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