En nuestra vida social y política se da una paradoja. Por un lado, existe una asunción mayoritaria de que los tiempos han cambiado; pero, por otro lado, se siguen encontrando viejas actitudes. Algunas de esas inercias son las siguientes:
·Dividir. Centrarnos en lo que nos separa y no en lo que nos une. Seguimos agudizando la vista para buscar aquello que nos diferencia o separa, frente a lo que nos une o nos acerca. La fuerza de la inercia de décadas de división nos impide desarrollar la capacidad de ver lo que se comparte.
·Descalificar. Crítica sin autocrítica. Todo conflicto en clave destructiva alimenta una tendencia a juzgar y censurar lo que el otro hace. Así, se descargan todas las responsabilidades y demandas en la otra parte, hasta el punto de reprocharle su falta de voluntad para cambiar, antes incluso de haber analizado la nuestra.
·Exigir. La clave del inmovilismo. La visión partidista se impone demasiado a menudo. Todo se reduce a exigir a los otros lo que deberían hacer y justificar nuestro inmovilismo en el incumplimiento de esas exigencias.
·Derrotar. Vencedores y vencidos. Sigue presente la pretensión de derrotar al que se considera como enemigo para, por paradójico que parezca, lograr así construir una nueva sociedad para todos y todas que tendrá entre sus cimientos un sector social de personas vencidas y, más que probablemente, segregadas.
·Herir. Palabras que hieren. A largo de las últimas décadas, cada sector ha generado su propio lenguaje con el que describir la realidad tanto para los considerados como suyos, como contra aquellos no considerados como tales. Esta tendencia no ha desaparecido del todo y pervive un lenguaje que genera más crispación, dolor y resentimiento.
Hoy también sugerimos dos preguntas:
·¿Dónde ves reflejadas estas viejas actitudes?
·¿Añadirías alguna más?