Maider Maraña – Baketik Fundazioa
Hoy se celebra el Día de la Memoria. Como cada 10 de noviembre, desde instancias públicas y ámbitos políticos, así como desde decenas de organizaciones que representan la voluntad de diferentes personas de esta sociedad, intentamos enfatizar la importancia de la memoria. Aprovechamos este día para recordar la necesidad de garantizar que no perdemos el conocimiento de lo vivido, de aquellos hechos que nos marcaron en el pasado y que aún están presentes en nuestra realidad.
Pero, a menudo, la memoria se vive como algo casi “voluntario”, como un compromiso personal y que depende de la voluntad de la autoridad de turno, o incluso de la ética y decisión de cada cual.
En realidad, la memoria, especialmente en aquellos procesos vinculados a graves violaciones de derechos humanos, constituyen el quinto pilar de la conocida como justicia transicional: junto a los mecanismos de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición, la memoria se reconfirma como algo indispensable para salir de situaciones y procesos donde la violencia ha atravesado una sociedad.
De esta manera, la memoria no es opcional: es una obligación para las instituciones. Así nos lo han recordado desde Naciones Unidas más de una vez. Y lejos de constituir algo antiguo o ya conocido, sigue de rotunda actualidad: solo hace 4 meses, la Asamblea General de Naciones Unidas analizaba el informe presentado por el Relator Especial Fabián Salvioli sobre la necesidad de que los Estados y otros agentes comprendan sus obligaciones en materia de procesos de memorialización.
Así, el pasado 9 de julio de 2020, se presentaba en Naciones Unidas este informe que enfatiza una vez más, como otros documentos hicieron anteriormente, que la memoria “representa una herramienta vital para permitir a las sociedades salir de la lógica del odio y el conflicto”. La memoria, el conocimiento de lo que sucedió y su traslado a realidades culturales y pedagógicas, es indispensable para edificar una sociedad basada en otros principios diferentes de la confrontación, así como para capacitarnos en poder llevar a cabo debates sobre nuestra comprensión del pasado y cómo afecta a nuestro día a día.
Pero, para que la memoria refuerce la construcción de sociedades que opten por compromisos sociales democráticos, necesitará huir de maniqueísmos y lecturas simplificadas: precisará no establecer lógicas dicotómicas enfrentadas, sino visibilizar los prismas multifocales que suelen ser característicos de toda sociedad. En definitiva, la memoria no puede ser un nuevo “campo de batalla”.
Frente a miradas que asumen que todo esto ya pasó, el Relator Especial de Naciones Unidas nos recordaba este pasado mes de julio que la memoria se inscribe en un proceso de “reconstrucción democrática de una comunidad” y que este camino “se puede medir en décadas, incluso en generaciones”.
Estamos, por tanto, obligadas a seguir caminando y construyendo lógicas que nos permitan hacer ver que nada hay más actual que la memoria.