Así como es imposible no comunicar absolutamente nada, es también imposible no transmitir sobre el pasado violento. Aún guardándolo en el silencio, siempre se transmite algo: sobre qué se puede hablar y sobre qué no, quiénes son los “buenos” y quiénes los “malos”, cuáles son los límites éticos… Es cierto que nuestros jóvenes pueden no saber quién fue Miguel Ángel Blanco o en qué años estuvo activo el GAL. Pero, puede que le apliquen, por inercia, una lógica de enemistad a una familia concreta de su localidad; o puede que, sin saber muy bien por qué, se les revuelvan las tripas si ven un control de la Guardia Civil. Han recibido unas lógicas, unas emociones y unos modos de funcionamiento.
También transmitimos tensión: tomemos como ejemplo los encontronazos que se han creado a raíz del programa ‘Herenegun’ que pretende fomentar el Gobierno Vasco (o cualquier otra polémica mediática común). ¿Qué es lo que aprenderá del pasado un jóven de 16 años ante esa realidad, sea directa o indirectamente? ¿Aprenderá, por ejemplo, que el tema crea choques, y que es mejor no hablar de ello? ¿Se sentirá coaccionado a posicionarse en un lado o en otro de la polémica? ¿Será un tema que, en adelante, no le causará más que hastío?
Aparte de los acontecimientos concretos, el marco ético, y los ejemplos y lógicas que se utilicen ante un tema complejo, forman parte, también, de la transmisión. No cabe duda de que estamos transmitiendo actitudes éticas y constructivas continuamente. Ahí está la clave. Lo único que nos falta es hacerlo de manera consciente.