En la época de decir adiós al año que se va y dar la bienvenida al nuevo, nos ponemos a pensar, casi sin darnos cuenta, en lo que somos y en cómo somos. Repasamos el año haciendo un balance de cuánto deporte hemos hecho o cuántos libros hemos leído, reflexionamos sobre si tenemos un trabajo que nos gusta o una relación de pareja que nos llene. Intentamos medir, a fin de cuentas, cuánto de ancho, cuánto de profundo es el abismo entre dónde estamos y dónde queremos estar.
Al comienzo del año, practicamente todos nos proponemos ser mejores personas. ¿Pero qué es ser mejor persona? Eso depende de la escala de valores de cada uno, claro. Pero, normalmente nuestro grado de bondad o su ausencia se mide por el modo en que nos comportamos con los otros. ¿Pero, acaso todos esos “otros” son iguales para nosotros o los clasificamos, de algún modo, entre los otros que “son como yo” y aquellos que “no son como yo”? ¿Son iguales nuestros comportamientos ante unos que ante otros? ¿Soy buena persona si con mi familia soy agradable y bueno, pero no lo soy tanto con mis vecinos inmigrantes o con personas que (no) se identifican con una orientación sexual determinada? ¿Soy buena persona si pago sin faltar las cuotas de colaboración con ONGs, pero apenas dejo respirar a mis empleados o no les garantizo un sueldo digno?
Los filósofos de la moral opinan que una persona es buena si es buena con todos, sea de la familia, o sea un desconocido; con quien comparte semejanzas, y sobre todo, con quien no las comparte.
Está muy bien hacer deporte, está muy bien leer más libros, y un trabajo que te gusta y una pareja que te llene harán tu vida mucho más agradable, sin duda alguna. Pero si este año te planteas ser mejor persona, deberás intentar hacerte ciertas preguntas y ser honesto en las respuestas. Te animamos a que te conozcas un poco mejor. Una sociedad bondadosa necesita de buenas personas. Necesita tu mejor versión. ¿Cuál es tu mejor versión? Eso no lo sabemos. Pero lo importante es que nunca dejemos de preguntárnoslo.