Hay un cuento del escritor Jorge Bucay, que habla de cómo Panchito, un niño de seis años, fue capaz de salvar su propia vida y la de su hermanito pequeño de las llamas que deboraban su casa. ¿Cómo pudo hacerlo? Se preguntaban todos. ¿Cómo pudo ese niño tan pequeño romper el vidrio y luego el enrejado? ¿Cómo pudo cargar al bebé en la mochila? ¿Cómo pudo caminar por la cornisa con semejante peso y bajar por el árbol? El jefe de bomberos les dió la respuesta: “Panchito estaba sólo. No tenia a nadie que le dijera que no iba a poder”. Panchito fue cauto y valiente, inteligente y constante. Creyó en sí mismo y lo consiguió.
La paz también requiere cautela y valentía, de inteligencia y constancia. Y también requiere fe, es decir, el convencimiento íntimo y la confianza, que no se basa en la razón ni en la experiencia, de que la paz es algo que se puede conseguir. No lo hemos visto, no lo conocemos, pero creemos en ella. Por el camino, habrá que romper cristales y habrá que cargar con pesos, y habrá que tomarse el riesgo de caminar por cornisas o destrepar árboles. Quizas, dentro de unos años, cuando se hable del pasado y de esta generación que ha nacido y vivido en una constante confrontación, la gente se pregunte: ¿Cómo hicieron para cerrar las heridas? ¿Cómo pudieron llegar a entenderse? ¿Cómo pudieron volver a compartir sueños y espacios? Exacto: “porque nadie les dijo que no pudieran hacerlo”. Nadie nos dice que no podamos. Hagámoslo.