Últimamente se nos repiten las imágenes desgarradoras de cientos de personas huyendo de la muerte segura e intentado llegar a nuestras costas. También hemos visto el destino de las personas migrantes que llegan a EEUU y nos hemos indignado escuchando los llantos de criaturas separadas a la fuerza de sus progenitores. Ante esta situación, se dice que a la población de países privilegiados nos falta empatía, sobre todo a los gobernantes.
La empatía es la capacidad para ponerse en el lugar del otro, imaginar lo que está pasando en la mente y cuerpo de otra persona y sentirlo en nuestra mente y cuerpo, como si fuera nuestro. Sin embargo, esta capacidad por sí sola no trae ningún beneficio en situaciones de sufrimiento. Podemos hacer el ejercicio de imaginar qué se siente dentro de un barco a la deriva por el océano, y sentir ese sufrimiento en nuestra piel. Pero, ¿en qué les ayuda esto a las víctimas de graves injusticias?
La empatía necesita de acción, ya que, de lo contrario, se queda en simple contagio del sufrimiento. Además, la información sobre sufrimientos varios es constante en medios de comunicación y redes sociales, y es fácil sentirse abrumada y tener que mirar a otro lado para protegerse, o caer en el cinismo o la resignación. Por ello, tras imaginar y vivir el sufrimiento ajeno, la clave está en identificar aquellas acciones que están en nuestra mano para mejorar la situación y actuar. En eso se basa el concepto de Baketik que llamamos “el plus de la empatía”. En este caso tenemos un marco claro desde el que actuar: el de los derechos humanos. Todas las personas somos sujeto de esos derechos, que además son inalienables. Pongamos la vida y los derechos humanos en el centro de la acción.
La empatía es una capacidad de todos los humanos, como lo es el lenguaje o el caminar sobre dos pies. En ese sentido, no podemos decir que nos falta empatía: nos falta calibrarlo adecuadamente, afinarlo de forma más humana, para usarla a favor de un mundo más justo.