Nuestra forma de comunicarnos juega un papel clave en la forma en la que afrontamos
los problemas de convivencia. La primera disyuntiva es comprobar si mi lenguaje en los
conflictos es el diálogo o la fuerza. Trabajemos con la hipótesis de que nuestra herramienta
principal es el diálogo.
Nos debemos preguntar entonces cómo dialogamos, porque el nuestro puede ser un
diálogo de sordos. Se nos enseña a hablar, a leer, a escribir, pero paradójicamente no se nos
enseña a dialogar o mucho menos a escuchar. Oír quiere decir percibir ruidos, sonidos,
palabras. Escuchar es prestar atención a lo que se oye. Sin escucha no hay diálogo, sino
sucesión de monólogos.
Analicemos nuestra disposición ante un conflicto. Ante un conflicto, alguien propone
“Vamos a hablar”. Es una actitud positiva, sin duda, pero puede resultar insuficiente. Lo más
habitual es que el escenario “vamos a hablar” se convierta en una escalada de réplica,
contrarréplica y reproche, en un diálogo de sordos.
El escenario alternativo que requiere y posibilita un cambio de mentalidad es el
escenario “Vamos a escuchar”.
La clave principal es comprobar si escuchamos. Para eso tenemos cinco reglas de oro:
(1) Exponer sin juzgar, (2) escuchar sin replicar, (3) preguntar para entender, (4) destacar lo
positivo y (5) unir lo mejor con lo mejor.