Dice la Real Academia de la Lengua española que el relato es el “conocimiento que se da, generalmente detallado, de un hecho”. Es más que evidente que en el nuevo escenario que a día de hoy vive nuestra sociedad, esta palabra ha venido para quedarse. Así en boca no sólo de políticos y periodistas, hablamos del relato por aquí, del relato por allá. Y es que no es un tema menor. Tras un conflicto destructivo como el que hemos vivido en nuestra sociedad, uno de las principales luchas o batallas, en un sentido metafórico lógicamente, radica en el choque que se da entre los relatos, esto es, en lo que entendemos que ocurrió o ha ocurrido.
Así si un conflicto per se es una situación de divergencia entre al menos dos partes sobre un hecho concreto, en nuestro caso, esas partes, seas las que el lector quiera, también han divergido y lo seguirán haciendo en lo que al relato se refiere. Cada cual ha creado su propia historia de lo que había ocurrido y estaba ocurriendo. Ni somos los primeros, ni somos los últimos. Nos ocurre diariamente en cualquier conflicto de nuestra vida diaria. Nuestra mente necesita crear una narración” lógica”, incluso muchos veces muy detallada de lo que ha ocurrido.
Hoy la sociedad vasca, vive esta lucha de relatos, de narraciones sobre lo que nos pasó, sobre lo que nos pasa. Cada relato tiene su parte objetiva pero también subjetiva, sin que está última tenga menor valor, pues es sobre ella sobre la que se ha construido el conflicto y sobre la que deberá seguir elaborándose la nueva convivencia. Y cada relato lógicamente tiene sus fieles y sus detractores.
Como en toda lucha, también en está, la aspiración última es la victoria, esto es que mi narración sea la que prevalezca. La experiencia nos dice que la historia la escriben los vencedores. Obviamente este lenguaje de vencedores y vencidos cuando de violaciones de derechos humanos se refiere está fuera de lugar a mi entender, pero debe admitirse que la lucha del relato aspira a ello, a ganar, a ser hegemónico.
Una reflexión pausada al respecto y una vista atrás a nuestra vida y la de la sociedad, nos demuestra a la claras que aunque algunos relatos puedan imponerse, los otros, no desaparecen. Incluso, los relatos no hegemónicos, ahondan más en sus posicionamientos y se van pasando de generación en generación. Así pues, parece más lógico y respetuoso que todos los relatos puedan tener su cabida y que no será ni hoy ni mañana posible un relato único. Ello supone que ¿toda narración es éticamente aceptable?. Obviamente no. Y esa quizás debería ser nuestra principal aspiración social respecto al relato: compartir uno que explicite que en nuestra sociedad, las ideas se antepusieron a las personas y que ello no debe volver a suceder.