Uno de los programas de televisión que dio que hablar en 2014 fue “Entre todos” de TVE. Si uno mira su web, verá que el programa terminó su temporada antes del verano con los siguentes “éxitos”: 530 familias con una necesidad urgente han sido ayudadas por más de 119.250 personas que han ofrecido 7.557.757 euros a través de sus llamadas solidarias. 118 niños enfermos y 34 personas mayores han conseguido ayuda para mejorar su calidad de vida. Toma, ahí es nada. Pues oye que siga el programa en antena ¿no?
Sin embargo, como dice el tópico, “no es oro todo lo que reluce”. Es preciso recordar que desde sus inicios el programa acumuló críticas sobre su forma de proceder y su filosofía. Sirva como ejemplo, la denuncia que en julio la fiscalía estableció contra el programa acusándolo de vulnerar la imagen e intimidad de un menor discapacitado, y de tener una “óptica caritativo/paternalista”.
Objetivamente, el ser humano tiende a ayudar al otro. Incluso el más pesimista respecto de nuestra especie creo que lo podría reconocer. Otra cosa bien distina es que esa tendencia venga condicionada por lo que pensamos de ese otro. Así, el debate por ser o no merecedor de una ayuda ha sido tema de interés desde la Edad Media, y ha sido habitual que los estados contasen con leyes contra “vagos y maleantes” o se estableciesen criterios para poder identificar quién se merecía y quién no una ayuda. Aún hoy, lo podemos ver tanto en los medios de comunicación como en las conversaciones con nuestros amigos y familiares. “Que si no es justo que a alguien le den una prestación porque no hace nada para salir de la pobreza… que si es un chollo que todos los meses te den la ayuda por no hace nada…”. La conversación cambia drásticamente cuando ese o esa que “vive del cuento” es nuestro primo o amigo. ¿Por qué? Sencillamente porque entendemos que él o ella, sí se lo merece.
Éticamente entiendo que la respuesta está clara. La dignidad de un hombre y una mujer está por encima de otros criterios. El mero hecho de ser persona y estar en situación de necesidad debería ser suficiente. Cuestión distinta es qué entedemos por necesidad y cómo se mide… Sin embargo, percibo que muchos de nuestros debates sobre el control de las ayudas o el no merecimiento de estas se fundamentan en una idea tan vieja y tan poco ética como la de pensar que ese otro no es tan “persona” como uno/a.
Así pues, percibo por lo leído y observado del programa “Entre todos” que no era éticament¡e admisible ni sus medios, ni sus fines. Uno, porque no vale todo, ni siquiera para ayudar; y, otro, porque el fin debería ser el reconocimiento de los derechos básicos que todos y todas tenemos. En cualquier caso, ante la duda siempre podemos preguntarnos: ¿me gustaría ser ayudado de cualquier forma?
Iker Uson