Este 20 de diciembre se cumplen 20 años desde el nacimiento de Elkarri. Este tipo de conmemoraciones se presta a los panegíricos que enumeran elogiosamente hazañas y conquistas. No es mi intención. Tuve la oportunidad de ser coordinador de Elkarri durante 14 años y solo quiero resaltar dos o tres cosas en la perspectiva en que se encuentran la expectativa que teníamos en aquellos años, y la retrospectiva que ofrece hoy aquella experiencia.
Empezaré con una autocrítica. En Elkarri tardamos en darnos cuenta de la importancia real que tenía la cuestión de las víctimas. Llegamos con retraso y, en este tiempo en que conviene hacer revisión crítica del pasado, debemos reconocerlo. Aunque los prejuicios y desconfianzas no lo hicieron fácil, tratamos de recuperar el tiempo perdido. Nuestra aportación más específica y a contracorriente en este campo fue poner el acento en la consideración de todas las víctimas, sin excluir, diluir, ni equiparar ninguna vulneración de derechos humanos.
También quiero subrayar la que en mi opinión fue la mejor decisión de Elkarri: saber disolverse. Y no solo, que también, porque de su final nacieron Lokarri y Baketik, sino principalmente por otra razón: no convertir el medio en fin. Elkarri desaparece después de 13 años precisamente por esto. Aquel movimiento había sido un buen instrumento social y había cumplido su misión principal: contribuir a que prevaleciera social y políticamente la idea del diálogo frente a la violencia y la incomunicación. Lógicamente, con logros y asignaturas pendientes. Prolongar su éxito de una manera artificiosa era una tentación factible. Sin embargo, decidimos dar por finalizado su ciclo para que Elkarri fuera siempre solo lo que debía ser, un medio y no un fin en sí mismo.
Fue una gran escuela de vida para quienes formamos parte del pasaje de aquel viaje. Defendió ideas muy sencillas; la más importante, el diálogo como método de resolución de conflictos y alternativa a la violencia. Si esta apuesta es sincera y se personaliza equivale a compartir la búsqueda de la verdad, sabiendo que uno no es su dueño. Cómo defender así el diálogo y no sentirse íntimamente interpelado por todas sus consecuencias prácticas en la vida personal, familiar, organizativa… o en las convicciones sociopolíticas. Muchas veces hemos dicho que no fuimos nosotros los que hicimos Elkarri, sino que Elkarri nos hizo a nosotros.
Esto que voy a decir ahora es muy subjetivo, pero no me resisto a mencionarlo: en Elkarri se reunió gente maravillosa. Nos seguimos encontrando de vez en cuando con cualquier excusa o los “veintes de diciembre”. La huella que dejó en nosotros es de las fuertes y todos lo reconocemos cada vez que tenemos ocasión de hacerlo.
Termino con la idea que para mí es la más importante. Con luces y sombras, porque la realidad siempre es así, al final, después de 14 años de trabajo, Elkarri solo logró una cosa. Entonces, no sabíamos que aquello era lo que íbamos a conseguir. Nos habíamos hecho otras ideas, pero al final ese fue el resultado.
Elkarri solo logró ser una influencia. Mi más ni menos que eso. Una influencia social y política fundamentalmente positiva para la paz y para nuestra sociedad. Con el paso del tiempo he aprendido que esta es la más alta expectativa a la que se puede aspirar: conseguir ser una buena influencia.
Jonan Fernandez
Nota: Escribo este artículo en reconocimiento emocionado a todas y cada una de las personas que formaron parte de la aventura de Elkarri y después en Lokarri o en Baketik.