En los cursos con docentes algo que cuesta entender es que, educativamente, lo más importante es sencillo. La educación para la vida y la convivencia no necesita fórmulas sofisticadas ni elevadas. Tendemos a desdeñar el potencial de lo más básico a la espera de no se sabe bien qué. Decía en el anterior post, que “no existe varita mágica educativa; pero nuestra cabeza tiende a buscarla. Solo podemos crear condiciones. La educación no es el efecto de una tormenta perfecta, es el fruto de un persistente sirimiri”.
Creamos condiciones mediante acciones educativas sencillas que de un modo sostenido vuelven una y otra vez a los mismos núcleos. A unos pocos núcleos de experiencia y aprendizaje que guardan el tesoro de la hondura humana.
La pedagogía del Experiendizaje que sustenta la Propuesta Izan sugiere que esos núcleos se concentran en cuatro puntos cardinales: limitación, agradecimiento, conciencia y dignidad humana. Son vivencias que están en nosotros y se convierten en el principal material educativo.
·Aceptar la limitación, nos sitúa en la realidad porque la atraviesa y condiciona de lado a lado.
·Buscar el agradecimiento, nos da libertad para ver lo bueno, bello o positivo y para optar por las oportunidades entre las dificultades.
·Escuchar la conciencia, nos permite elegir ser algo más que un mero impulso de dogmatismo, egoísmo, ira…
·Situar la dignidad humana, nos ayuda a poner en orden los valores y a entender la primacía del respeto y promoción de la persona.
Si hoy me piden qué explique resumidamente qué es educar en ser persona, mi respuesta es la siguiente: “educar para la vida y la convivencia es ayudar a elaborar, una y otra vez, la experiencia personal y colectiva de limitación, agradecimiento, conciencia y dignidad humana”.
Jonan Fernandez