Ofreciendo cursos sobre la Propuesta Izan, me encuentro con docentes muy vocacionales que en su madurez sienten una tristeza que les inquieta y acompaña. Crece la certeza de que su trabajo sirve para poco. En esta vivencia entran en juego algunos fracasos allá donde se habían puesto los mejores deseos, la experiencia de decepción que no termina de ver frutos claros, la frustración por sentir que siempre se está en el punto de partida…
Se trata de la crisis de eficacia, que es propia de cualquier tarea transformadora. Puede ser una crisis que lleve a dar un salto de madurez o que conduzca a la dimisión de la renuncia. En este segundo supuesto, la falta de una eficacia visible empuja al desistimiento.
La respuesta ante esta inquietud es afrontar un dilema. Tenemos que elegir entre eficacia o sentido. ¿Dónde situamos el eje: en una expectativa de eficacia, es decir, en resultados contantes y sonantes; o en el sentido que en sí mismo tiene lo que hacemos?
¿Tiene sentido educar, sin poder saber cuáles serán los resultados de nuestro trabajo? Tiene sentido. ¿Cuál es la expectativa de ese trabajo? Crear condiciones. Crear condiciones que hagan posible la más alta esperanza de la educación: la autonomía de la persona, la promoción de su dignidad humana y su contribución a un mundo mejor.
Esta es la clave central. Solo podemos crear condiciones. Cualquier persona comprometida en una tarea transformadora tiene que enfrentar la crisis de la eficacia y hacer una reflexión crítica sobre sus expectativas. Los docentes necesitan hacerlo de una manera especialmente directa y clara. Trabajar con la más alta esperanza y con la más modesta pretensión: crear condiciones.
Jonan Fernandez